NOVELA

PRÓLOGO


Erase una vez, hace cientos de millones de años, cuatro Dioses destinados a la creación del mundo. La Diosa Aire, la Diosa Tierra, el Dios Fuego y el Dios Agua.
Pasó muchísimo tiempo hasta que cada Dios hizo su parte, pero cuando al fin terminaron hubo una terrible disputa entre los Dioses, dado que el Dios Fuego se sentía menospreciado e impotente. Él quería más. Más de su poder que lo único que ocasionaba en la mayoría de los casos era destrucción.
-Les propongo un trato-dijo el Dios del Fuego-. Denme herederos.
La Diosa del Aire se interpuso de inmediato.
-Eso no tiene ningún sentido. Es decir... ¿para qué?
-¿Qué sucedería si alguna vez el mundo se viera afectado? Nuestros Dioses podrían ayudarlo.
-Sería mucho poder para ellos, podrían volverse un ejército-dijo esta vez la Diosa Tierra.
El Dios Fuego sonrió con malicia.
-Entonces... ¿Qué dicen?-preguntó.
Y, como solía pasar, el Dios Fuego logró convencer a los otros Dioses de su malicioso plan. Lo que este quería en realidad, era justamente crear un ejército con los suyos. Pero claro, esto solo él lo sabía, y más tarde sus hijos e hijas.

CAPÍTULO UNO

Dejé mis cosas en el suelo y acomodé algunos cabellos rebeldes, que se me habían salido, dentro de mi apretado rodete.
-¿Estás asustada?-dijo una chica a mi lado.
Tenía el cabello por los hombros, negro como el carbón y enrulado. Sus ojos café me investigaban con la mirada y me intimidaban un poco. Tenía un piercing en la nariz y no daba la primera gran impresión de una chica profesional de ballet.
-No-dije, mirándome los pies.
-Pues deberías-dijo y rió.
¿Ella sería la típica chica mala que intenta maltratar a los novatos?
Comenzamos a elongar, sostenidas de la barra.
La chica estaba a mi lado. Noté que usaba mucho maquillaje oscuro en los ojos.
-Mi nombre es Isaura, ¿qué tal?-dije, en un intento de ser amable.
-Nubira-respondió la chica sin siquiera mirarme, mientras hacía cortos movimientos con el pie en punta.
Suspiré con resignación.

Me deshice del rodete incómodo y dejé que mi melena de león rubia se dispersara en todas direcciones. Me puse el casco y me subí a la bicicleta celeste.
Comencé a andar.
De pronto, sentí una brisa de aire que por poco me hace perder el equilibrio.
-¡Hey, Isaura!-exclamó, divertida, alguien detrás de mi-. ¡No te vueles!
Lanzó una carcajada.
Miré hacia atrás y vi a Nubira, junto con otros darks en un descapotable negro, que bien pasa desapercibido en la noche.


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